viernes, 30 de noviembre de 2007

“LA GRAN ESPERANZA ES DIOS” (Encíclica “Spe salvi”).

El Papa Benedicto XVI ha firmado esta mañana en la biblioteca del palacio Apostólico su segunda encíclica titulada “Spe salvi”, que significa “en esperanza fuimos salvados”. Este documento después ha sido presentado en la Oficina de prensa de la Santa Sede, participando el cardenal George Marie Martin Cottier (dominico), Pro-Teólogo emérito de la Casa Pontificia y el cardenal Albert Vanhoye (jesuita), profesor emérito de exégesis del Nuevo Testamento del Pontificio Instituto Bíblico.

El título “Spe salvi”, que ha inspirado al Papa, está entresacado de un pasaje de la carta de San Pablo a los romanos. En la Introducción a la carta-encíclica el Papa escribe que “La redención, la salvación no es simplemente un dato de hecho, se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta y, si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”. Y remarca la idea: “el elemento distintivo de los cristianos” es “el hecho que tienen un futuro: saben que su vida no acaba en el vacío”. Palabras que invitan a meditar profundamente en el ser cristiano.

“Nosotros tenemos necesidad de las esperanzas, , pequeñas y grandes, que día a día nos mantienen en el camino de la vida”, ha afirmado el cardenal Albert Vanhoye, y continúa: “Pero sin la gran esperanza, que debe superarlo todo, estas no bastan, la gran esperanza es Dios. Dios es el fundamento de la esperanza… aquél Dios con rostro humano que nos ha amado hasta el final. Solo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día sin perder el ánimo de la esperanza”. Ha dicho el cardenal, como conclusión de la primera parte.

Enseguida, el cardenal ha hablado de la propuesta que la Encíclica hace de los lugares de aprendizaje y de ejercicio de la esperanza: “se refieren de manera concreta, a la vida cristiana. Vienen contemplados tres lugares: la oración, como escuela de la esperanza; actuar y sufrir, como empeño cotidiano de la esperanza; y el Juicio final de Dios como lugar de aprendizaje y de ejercicio de la esperanza, como liberación del mal”. Ha finalizado diciendo que la última parte de la Encíclica ofrece una serie de reflexiones profundas sobre el terrible problema del mal y de la justicia.

Finalmente, el cardenal Martin Cottier, ha presentado la Encíclica bajo el aspecto filosófico, que por cierto, es de un contenido profundo. La amplia meditación sobre la esperanza como dimensión esencial de la existencia cristiana , con su belleza y su fuerza liberadora, que ofrece la Encíclica, también contiene una invitación a reflexionar en profundidad sobre la situación espiritual de nuestro tiempo, preguntándose sobre algunos grandes testigos de la modernidad y de la conciencia y de su crisis. El cardenal concluyó su intervención diciendo: “debemos revelar que la Encíclica habla de la relación entre la esperanza, la salvación y la fe; el diálogo entre razón y fe; y de la esperanza como redención del hombre contra las ideologías terrenas”.

Esta segunda Encíclica del Papa Benedicto XVI, en su traducción en español consta de 80 páginas y 50 párrafos. El documento finaliza con una invocación a María Santísima: “El reino de Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres. Este reino comenzó en aquella hora y ya nunca tendrá fin. Por eso Tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza, Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra enséñanos a crecer, esperar y amar contigo e indícanos el camino hacia su Reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino”.

Ahora queda esperar en la esperanza de los frutos que esta Encíclica dará a todo hombre, sobre todo por la gran enseñanza de Su Santidad Benedicto XVI, que nos acerca, con su escrito, al misterio de Dios.

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